Ecos del Jubileo de los jóvenes una semana después
Testimonio de Juan Miguel:
“¿Qué quieres de mí? ¿Para qué me has traído? ¿Lo estoy haciendo bien? ¿Por qué siento esto?”
Estas y muchas otras preguntas no solo me han acompañado a mí, sino a muchos de los jóvenes que peregrinamos a Roma la semana pasada. Tenemos sed de sentido. Vivimos inquietos, incompletos, buscando la razón de nuestro existir en un mundo que cada vez parece más absurdo. Y las dudas llegan hasta tal punto que, a veces, nos preguntamos: ¿realmente merece la pena?
La semana pasada, un grupo de jóvenes de la parroquia emprendimos camino hacia Roma para encontrarnos con el Papa en Tor Vergata, donde pudimos experimentar, de distintas maneras, una realidad que está viva. Pero no queríamos que fuera “un evento más” o simplemente “un fin de semana entre amigos”. Por eso, realizamos un viaje que fue tanto físico como espiritual, dejando que cada etapa preparara nuestro corazón para ese encuentro.
No íbamos solos: cada día caminábamos de la mano de los santos, siguiendo sus pasos, conociendo sus historias y lo que les movía. Empezamos en Barcelona, celebrando la Eucaristía en la Sagrada Familia; después, en Turín, nos acompañaron san Juan Bosco y el beato Pier Giorgio Frassati; en Milán, san Agustín y san Ambrosio; en Asís, aunque solo fuera una breve parada, seguimos las huellas de san Francisco. Y finalmente llegamos al centro de Italia, más o menos, llegamos a Civitavecchia —a una hora de Roma—, donde nos preparamos para el gran encuentro con el Papa.
Fueron días largos, en los que tuvimos la oportunidad de crear vínculos verdaderos entre nosotros; días donde peleamos, nos enfadamos, reímos, lloramos, nos enamoramos y, en definitiva, fuimos humanos, fuimos hermanos. Fueron días en los que, para no caer en la desesperación, era necesario dejar de pensar en nosotros mismos. La mañana del 2 de agosto, en la misa presidida por nuestro obispo, él nos recordó precisamente eso: que, para vivir con alegría lo que quedaba, debíamos mirarnos menos a nosotros mismos y más a nuestro hermano. Solo así encontraríamos el verdadero sentido del viaje que habíamos emprendido. De la misma manera, el obispo nos hizo conscientes de una realidad que ignorábamos, y que esa misma noche, el Papa también nos recordaría:
“Aspiren a cosas grandes, no se conformen con menos”. “Nuestra vida comienza con un vínculo y es a través de un vínculo que crecemos”. “La amistad puede cambiar verdaderamente el mundo”. “El miedo deja espacio a la esperanza”. “Hombres que sean testigos de esperanza”.
Estas, y muchas otras, son las palabras del Papa que resonaron en mi interior. No fueron solo frases bonitas, sino semillas que cayeron en nuestros corazones.
Yo mismo pude descubrirme más humano, más sensible, más vivo, y al mismo tiempo más sediento de Dios. Y fui testigo de que no solo yo lo viví, sino muchos de los jóvenes que caminaban a mi lado. Además, me he dado cuenta de algo: no he sido yo quien ha peregrinado a Roma para encontrarme con el Papa, ha sido Jesús quien me ha llevado para que pudiese encontrarme con Él, con Aquel que me ha estado buscando desde el principio. Ha sido un Jubileo en el que se vivió el Amor, se vivió el Evangelio y, sobre todo, se vivió la esperanza que no defrauda.
Hoy, estando en casa y habiendo pasado unos días para asimilar todo lo ocurrido, puedo declarar con firmeza que el mal no prevalecerá, que los jóvenes no somos un estorbo, que no estamos enfermos sino que estamos vivos; que no debemos conformarnos con menos que la santidad, que debemos seguir cuidando los vínculos verdaderos y ser testigos de esperanza allí donde estemos. Porque el Jubileo no termina en Roma: empieza aquí, en nuestra parroquia, en nuestras familias, en nuestro día a día.
Y quiero terminar con las palabras de san Agustín, que resumen lo que, no solo yo, sino muchos de nosotros hemos vivido:
“Tarde te amé, Belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te andaba buscando… Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo… Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera; exhalaste tu fragancia y respiré, y ya suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste, y me abracé en tu paz”.
Testimonio de Alberto de Miguel:
¿Cómo podemos encontrar una amistad sincera? ¿Dónde podemos encontrar el valor para tomar decisiones? ¿Cómo puede ayudarnos la fe a construir nuestro futuro?
Estas fueron algunas de la preguntas que se le hicieron al Papa durante la vigilia de Tor Vergata de parte de los jóvenes y reflejan una realidad que está marcada por la tecnología y las redes sociales, la soledad, el miedo y la incertidumbre.
Me llamo Alberto, tengo 24 años y formo parte de los jóvenes da la parroquia que hemos peregrinado junto al resto de jóvenes de la diócesis hasta Roma, donde nos hemos encontrado con jóvenes del resto del mundo. Es importante la palabra peregrinación, porque no ha sido un simple viaje de 10 días con mis amigos para conocer distintas ciudades de Italia y tener una vigilia muy bonita con el Papa. Ha sido un camino, en el que durante las distintas etapas y de la mano de distintos santos, hemos ido preparando nuestro corazón para ese encuentro.
Comenzamos en Barcelona, donde tuvimos el privilegio de poder tener misa en la Sagrada Familia junto con los jóvenes de la diócesis de Madrid. Tras pasar la noche en el polideportivo de un pequeño pueblo de Girona, pusimos rumbo a Turín, donde fuimos acogidos en un oratorio. Durante nuestros días – etapas – en Turín pudimos ver la Sábana Santa, la casa de don Juan Bosco y la casa de verano de Pier Giorgio Frassati. Estos fueron los santos que nos acompañaron durante estas etapas, de los que pudimos aprender, entre otras muchas cosas, como la entrega a los más pobres con la sencillez que cualquiera de nosotros puede tener es un camino directo a la santidad.
La siguiente etapa fue en Milán y giró en torno a las vidas de San Agustín y San Ambrosio. Pudimos visitar la catedral de Milan y ver el baptisterio donde fue bautizado San Agustin. Ambos eran dos oradores extraordinarios que entregaron sus dones para el servicio de Dios. Nuestra última etapa antes de llegar a Roma fue en Asís, acompañados de San Francisco y Santa Clara de Asís. Los dos dejaron atrás su vida acomodada y noble para ofrecer un servicio basado en la humildad y en la pobreza. Todavía resuenan en mi cabeza las palabras de San Francisco de “El amor no es amado”. En Asís pudimos visitar las reliquias de ambos santos, además de las de Carlo Acutis.
Tras Asís llegamos al fin a nuestro destino: Roma, pero la peregrinación no había terminado ni mucho menos. Hacíamos noche en Civitaveccia, una ciudad que esta a unos 60 kilómetros del centro de Roma. Teníamos que aprovechar el tiempo, ya que solo teníamos dos días para ver Roma antes de la vigilia en Tor Vergata. Fueron días muy calurosos, donde había largas colas al sol en prácticamente cualquier sitio al que quisiéramos ir. Pudimos visitar la basílica de San Pablo de Extramuros y ver la cadenas con las que fue encarcelado y también pudimos entrar en la basílica de Santa María la Mayor, donde descansan los restos del Papa Francisco. Por último, entramos en la basílica de San Pedro, en el Vaticano. La entrada a las tres basílicas fueron momentos cargados de significado, ya que pudimos atravesar las 3 Puertas Santas, ganando la indulgencia y el jubileo, de la mano de nuestro obispo y cantando el himno del jubileo. Algo que fue agradecido por muchos de nosotros, fue el ejemplo de humildad y comunidad de nuestro obispo don Antonio, esperando las colas al sol junto al resto de nosotros para atravesar juntos la distintas Puertas Santas.
El último momento de preparación antes de la vigilia con el Papa fue el encuentro de españoles que tuvo lugar el viernes en la plaza de San Pedro. Hubo testimonios y música previos a la misa, que fue presidida por el presidente de la CEE. Durante la homilía, Luis Argüello fue muy claro en su mensaje de unidad y comunidad que se espera de la juventud española, lo que nos hizo conscientes de la necesidad de crear lazos de amistad verdaderos para mirar al futuro con esperanza.
Ya en la vigilia de Tor Vergata, después de un día entero bajo el sol habiendo caminado varios kilómetros hasta llegar al trocito de césped en el que íbamos a pasar la noche, León XIV nos recordaría dónde está la fuente de la esperanza, que no nos dejemos llevar por la conformidad, como la amistad puede verdaderamente cambiar el mundo y como debemos ser testigos de esperanza para el resto de jóvenes del mundo. Usando estas palabras de Juan Pablo II, Leon XIV nos mando un mensaje clarísimo de done mana la esperanza: “Es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis felicidad, es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo encontráis”.
El jubileo me ha devuelto la esperanza, una esperanza que yo no era consciente pero había perdido en la rutina diaria y que simplemente iba por ir, me conformaba. Me doy cuenta que he vuelto más vivo, más abierto, más humilde; en resumen: más humano. Gracias al testimonio de la vida de los santos, he podido descubrir que la santidad es algo que puede estar al alcance de todos y solo se necesita una voluntad real para lograrlo. Doy gracias a Dios por la peregrinación, porque me he sentido acompañado por Él en todo momento y como poco a poco ha conseguido entran en mi corazón hasta, como acabo de decir, hacerme más humano. Y también, vuelvo muy feliz por la gente con la que he podido compartir la peregrinación. Peleas y malos momento a parte, que como es normal también los ha habido aunque los haya omitido durante este testimonio, he sido consciente de como la iglesia cuida de mí y de todos los demás jóvenes, y he visto la comunidad y la unión que se ha conseguido en los jóvenes de la diócesis gracias a este camino.
Por último, al igual que ha hecho Juan Miguel en su testimonio esta mañana en la misa de 9:30, me gustaría acabar con unas palabras de San Agustín que resumen muy bien lo que muchos jóvenes y yo hemos vivido durante este jubileo:
“Tarde te amé, Belleza tan antigua y tan nueva, tarde te amé. Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te andaba buscando… Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo… Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y ahuyentaste mi ceguera; exhalaste tu fragancia y respiré, y ya suspiro por ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me tocaste y me abracé en tu paz”.
Testimonio de Laura Rucandio:
Me llamo Laura Rucandio, tengo 20 años y pertenezco al grupo de jóvenes de la parroquia Santo Tomás de Villanueva. Al igual que Alberto, Juanmi y Fran, también he tenido la gran oportunidad de peregrinar hacia Roma para ese deseado encuentro.
Para mí, este Jubileo ha sido un regalo. No solo porque fui muy de la mano con el Señor, sino por haberlo compartido con tantos jóvenes que, como yo, tienen esa sed de Cristo.
En cada momento, ya fuera rezando, cantando, caminando o simplemente charlando el Señor estaba ahí con nosotros, uniéndonos como una gran familia, dejando al descubierto cómo somos y cuánto nos necesitamos. Y aunque ya había estado en varias peregrinaciones, fue en esta cuando comprendí que la vida que no se da se pudre, y que necesitamos vivir en comunidad con los demás jóvenes.
He de decir que una de las cosas que más me impresionó fue cruzar las Puertas Santas, en especial la de la Basílica de San Pedro. Vivirlo de la mano de nuestro querido obispo fue para mí un signo de caminar juntos hacia Cristo, recordando que Él siempre nos perdona y nos invita a seguirle. Que solo quitándonos del centro podremos encontrar las puertas del cielo… ¡abiertas!
Llegar a Tor Vergata y poder disfrutar de una vigilia con casi dos millones de jóvenes me hizo ver que necesitamos de los demás, porque al Cielo se va en equipo. Como dijo el Papa León XIV en la vigilia: Dios nos ama tal como somos, con nuestras fortalezas y también con nuestras debilidades. A esto he decidido añadir que es así como debemos amarnos entre nosotros, acogiendo lo que nos toca en cada momento.
En el Encuentro de Españoles, don Luis Argüello nos recordó con esta frase que no somos del mundo:
No vendáis vuestra alma por likes, aplausos o modas pasajeras… ¡sois mucho más que eso! ¡Sois de Cristo!
Eso fue lo que más me llegó: sentir que no estaba sola, que todos juntos íbamos en el mismo camino, animándonos y acompañándonos cuando el cansancio o las dudas llegaban.
Sin lugar a duda, tengo muy presente que la oración de la Iglesia es la que nos sostiene. Pero también que los jóvenes necesitamos no quedarnos en nuestra comodidad, sino salir al encuentro con Cristo a través de la oración y de los sacramentos. De nuevo hago referencia a don Luis Argüello, a una de las frases que mencionó en su homilía:
¡No dejéis que el mundo os anestesie con comodidades! Fuisteis creados para la verdad, no para sobrevivir adaptándoos al pecado.
Todo ello para poder responder a esa llamada personal y única que nos hace el Señor a cada uno.
Me vuelvo a casa con un corazón agradecido: por los momentos de gracia, por las personas que el Señor ha puesto en mi camino y por esta certeza que guardo muy dentro… que vale la pena seguir a Cristo sin perder ni un solo minuto, y que, cuando lo hacemos juntos, el camino se convierte en una fiesta.
No se nos puede quedar solo en un viaje turístico ni en una excursión o peregrinación más, sino que ahora nos toca a nosotros, los jóvenes, trasladar lo vivido a nuestro día a día, dejando que el Señor nos transforme en verdaderos peregrinos de esperanza y, con ello, descubrirlo en lo pequeño de las rutinas.
Una pregunta que nos repetíamos entre los jóvenes era: ¿Cómo podemos llevar esta esperanza a los demás?.
Pregunta que tuve la oportunidad de hacer personalmente a nuestro obispo, quien, con mucha sencillez, me respondió que lo que debemos hacer es ponernos en manos del Señor y confiar a ciegas, aunque cueste. Para ello, debemos cambiar nuestra mirada y acoger nuestra realidad.
Para terminar, os dejo con unas palabras del Papa:
Que el eco de esta homilía resuene no solo en Roma, sino en el corazón de cada joven que la ha escuchado, porque cuando Jesús parte el pan, la historia cambia.
Y es que está claro: nos hace una llamada a la santidad, pero para ello primero debemos convertir nuestro corazón para poder ser esperanza en un mundo herido. Y para eso necesitamos caminar juntos como hermanos, dando pequeños pasos en la fe.
Rezad por nosotros. Los jóvenes os necesitamos.
Testimonio de Fran:
Hola soy Fran, un jóven de la Parroquia que ha peregrinado hace unos días hacia Roma por el año Jubilar. Quiero contaros un poco en aspectos tanto espirituales, personales como en lo dinámico del viaje.
Salimos desde Alcala enviados por nuestro obispo, en autobús, cada día teníamos catequesis, oración y rosario que siempre iban acompañadas de un santo distinto cada día el cual en algún momento del viaje íbamos a ver (Empezamos en Barcelona, celebrando la Eucaristía en la Sagrada Familia y nos acompañaba Santiago Apostol; después, en Turín, nos acompañaron san Juan Bosco y el beato Pier Giorgio Frassati; en Milán, con san Agustín y san Ambrosio; y en Asís seguimos las huellas de San Francisco, santa Clara y al más esperado para los jóvenes Carlo Acutis)
Y llegamos al fin a Roma, fue una estancia de 4 días y ahí empezamos a saborear lo que era el jubileo de verdad, porque empezamos a encontrarnos con todos los países, encontrarnos con otros españoles, distintas realidades de la iglesia. El 31 visitando Roma,el 1 el encuentro con los españoles que fue un regalo poder celebrar la misa en la plaza de San Pedro, el 2 comenzábamos a peregrinar hacia tor Vergata para la Vigilia con el Papa, fue impresionante ver a 1.5 millones de personas de rodillas en el momento que se expuso el Santísimo y lo vivimos muy bien, porque tengo malos recuerdos, y perdón por la expresión, de otras macro vigilias y misas en las que la gente no respeta que el de al lado esté rezando, pero está vez fue impresionante todo el mundo postrado de rodillas ante el señor, cuando acabó la Vigilia y el Papa se fue llegó la gran noche nos quedamos allí a dormir, a la mañana siguiente el día 3 celebramos la misa con el Papa que al igual que la vigilia celebramos la misa en un ambiente de recogimiento impresionante. Y a partir de ahí encaminamos el camino de vuelta.
Para mi lo mas importante, es mi experiencia como Joven que ha peregrinado, allí teníamos nuestros sentimientos a flor de piel por el cansancio, la emoción y todos lo que conlleva una convivencia con mucha gente y cada uno de su padre y de su madre, pero este viaje nos ha unido mucho ha sido un viaje en comunión con los jóvenes de la diócesis que creces con ellos y como al cielo se llega en equipo esta es la mejor forma para mi de vivir la fe en comunidad.
El Señor nos invita a vivir de la mano con él, el Papa nos dice que aspiremos a cosas grandes, que no nos conformemos con menos, y Pier Giorgio también nos dice verso l’altoque quiere decir que aspiremos a los más alto, que para mi fue un descubrimiento conocer bien la vida de Pier Girgio. Si Dios me ha creado para un fin, a mi me toca descubrirlo y cumplirlo, no me puedo conformar con donde estoy, como estoy y en mi zona de confort porque el señor me ha elegido a mi.
Y ahora una semana después podemos con todas la vidas de los santos visitadas con todas las palabras del Papa a aspirar más alto, el peregrinaje jubilar en empieza aquí en mi familia, en mi noviazgo, en mi parroquia, en mis amigos, ahí es donde me quiere el señor a dar un paso adelante en mi vida que a la luz de su mirada él me está sosteniendo. Y quiero terminar con una frase de Pier Giorgio Frassati ya que como ya he dicho antes ha sido un descubrimiento para mi y quiero seguir descubriendo más de su vida, pero quiero acabar con esta frase suya:
¿Cómo vivir sin hablar con aquel que me sostiene con su Amor eterno?
La oración no es perder el tiempo, sino entrar en la eternidad